El estrés, puede llegar a ser un gran triturador de la
calidad de vida de las personas. Y es que estar continuamente estresados, nos acaba pasando
factura.
En nuestra cultura es inevitable, vivimos en una sociedad en la que
continuamente miramos el reloj, en la que vamos de aquí para allá siempre con
prisas, con los minutos, horas, días e incluso meses contados. Todos corriendo. Y cuanto más grande sea la ciudad en dónde vivas, más grande será el tráfico, más gente que te empuja, sales del metro y no te dejan
salir por querer entrar, se saltan los
semáforos, etc. Y es que no lo podemos negar, llegamos a ser impacientes y
vivimos con ansia.
Así es nuestro “pequeño mundo”, en el que cuando te lo
pasas bien vives el momento y no miras el reloj y, cuando te das cuenta, parece
que alguien haya adelantado la hora; y cuando lo pasas mal, lo
miras 100 veces y la maldita varilla parece no querer moverse.
Cuando leemos, contamos las hojas que nos faltan, en
el trabajo, contamos las horas que faltan para terminar, no dormimos tranquilos, e incluso el comer se vuelve una competición a contrarreloj.
Por ello desde aquí hago un llamamiento a esos relojes
cuya varilla no se traba, porque su dueño disfruta del momento y vive el
presente. Y aunque no podamos cambiar nuestra cultura, sí podemos adaptarla a
unos nuevos hábitos de vida. Porque en ocasiones es necesario parar y desconectar. Aunque la
mente continúe funcionando y al cuerpo le resulte extraño, para y respira
hondo, no te autoexijas. Porque muchas veces nos olvidamos de lo más
importante: tenerse en cuenta a uno mismo.
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